27.6.14

Tu beso de lluvia ácida, propio de esta era protonueclar, mis libros sobre el suelo de una habitación de tres por 1.5 metros, como civiles desmembrados por la metralla de un coche bomba, el dolor en la boca del orgullo tras el apasionado cataclismo y los balbuceos de un amor que existió acaso en la mitología de las borracheras después del luto. En un rincón, oculto, nos miraba y se reía el sillón recogido en una avenida, el segundo nivel de la litera donde solía leer con renovados bríos, mis pequeñas pertenencias de paria, una trenza de mi cabello en la ventana que daba a la calle amplia y fresca (naturalez muerta y un cadáver). La ventana del estrechísimo cuarto de baño que dejaba ver un paisaje de suburbio industrial, la carencia de vecinos y la tácita permisividad al desdenfreno pasional.
Ni una gota de sangre, todas las del sudor y la saliva entreverándose sobre las bocas muslos hombros abdómenes costillas vértebras coxis pubis y glúteos en completo desorden.
Cierra la escena, caminas a ciegas hasta un rincón llevada de mi mano, murmuro un verso y te digo que soy el otro, y sonríes y no alcanzas a ver que ya no soy tuyo porque me estoy desmoronando sobre la calle, que jamás me recuperaré de toda la devastación, los libros mutilados por un fantasma de tu pasado, y que ya desde entonces nos estamos alejando irremediablemente pero la separación durará varios años todavía porque aún hace falta hacernos trizas, alimentar los perros rabiosos de nuestro ego y la esperanza con los restos putrefactos de una casa que nos resistimos a construir.

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