27.6.14

La ciudad es una muchacha que llora. Recluido en esta casa me revuelvo como un animal hastiado de su jaula: salgo al traspatio, donde todo permanece húmedo y abandonado; el musgo ha dejado de crecer, no así el intrínseco silencio de la tarde, atronador y desolado. Algo hay de ella en el aire, algo que no sé nombrar (yo, el pupilo menos avanzado en la clase de gramática), hay algo de otros días que flota como un pez por el aire de la tarde recién bañada. En la cabeza y en la lengua se confunden pasajes de historias que se fueron y frases sabias para acomplejar incautos, pero fuera de todo ello, la orfandad de palabras para nombrar con quirúrgica exactitud esto que me crece desde el fondo de la viscera. Soy, otra vez, la carne mosqueándose sobre la mesa, el agua decantándose entre las grieta, el espejo reflejado en el espejo que lo refleja reflejándose. Empuño pocas cosas, como siempre. Como siempre, uno vuelve a ser el extraño. el que ha hecho de las partidas una constante irremediable. Esta mano que quiso empuñar como una espada la permanencia se deshace por volver a acariciar una cajetilla de rimbombantes, malichistas Lucky Strikes, y, desde luego, tu mano.

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