sigo pergeñando el soneto, un laberinto
simple, lúcido si, pero intrincado.
en sus paredes un domesticado
monstruo acechará, fiel a su instinto.
busca tu sangre, la herida en tu costado
será su cáliz, aunque incómodo y distinto.
el grito del horror será largo, infinito;
el laberinto estará otra vez, callado.
transcurrirá tu ocaso, vendrá el soneto,
esa figura que se escurre, que me escupe.
vendrá tras él la aurora y su esqueleto,
seguiré perfilando el borrador: no supe
hacer que la locura con todos sus panfletos
se posara en la mano que me suple.
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