Compañeros, camaradas, estimados:
Ahora puedo decir que he sido un constructor escueto,
de esos que levantan muros de ornamento,
cimientos para sostener la nada, pequeñeces, pues,
para justificar el tedio, ese increíble animal.
Donde busqué encimar un bloque tras otro hasta conseguir otra Babel,
dejé acaso mi huella, algunos ladrillos mal horneados,
las bestias pastando y tal vez un impreciso borrador;
ahí donde me devané disciplinando a las hordas del caos,
quedó de nueva cuenta el caos, astuto e invencible.
Pero no se confundan, compañeros, camaradas, estimados:
no hablo de la derrota, ese indescriptible jumento, no.
Digo que usé distintas herramientas -todavía no he dicho cuáles-
para ejercitar la lengua, para rajarle -disculpen la expresión- la madre,
que se dejara de cursilerías y demás patrañas que la siguen
-hablo de la basura, compañeros, estimados, camaradas-
que sangrara toda ella -la lengua-, en resumen.
Que ha sido una labor ardiente y ardua.
Sparring, sombra, llámenle como gusten, estimados.
Ha sido un poco mutilarse las palabras
olvidarlas una a una, devorar y regurgitarlas,
hasta quedar con las expresiones más básicas,
un puño, tal vez dos, en el equipaje.
Tambien diré, por último, que ahora toca desandar ese abandono,
recoger una a una las onomatopeyas, las sílabas,
las frases y diptongos, los conceptos,
armarse hasta la caries y comenzar,
ahora si, a edificar esta voz que empiezo a reconocer mía.
Estimados, compañeros, camaradas.
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