I
Ser pasto fértil, mudo rompecabezas,
el orbe desbocado, loco, del tablero.
El viento último que sopla y une las piezas.
Recibo un nombramiento: fuelle agorero,
voraz calcio, qué viejo la vida empiezas
Nada diluye la sangre, el dios fiero
que en trono espigado regala certezas,
gusanos, corazas; el farol zalamero
que atiza la flecha y abriga cortezas,
yo, cristal enmohecido: Can Cerbero.
II
Las murallas, sus ladrillos y sus implícitos
constructores, su ruina gris no planeada,
sus niñas violadas, sus vientos, depósitos
todos de otra hora, lejana y conjurada.
Hora ajena, extraña y sin propósitos
me sacude; soy la hierba no segada.
Los cementerios, los negros acólitos,
los traductores, los enfermos, nada
hay que me ignore, soy el vítor lícito
que sabe culpas añejas: yo, encrucijada.
III
Sentarse a la mesa como un tahúr viejo
con chanzas y salvas bajo la manga rota.
Sentarse a mascar la cerveza, el cortejo
que en frío subibaja redime y se agota.
Oteo el trazo dinámico del vencejo
y apelo a la muerte: una trampa en la remota
tríada. La sangre se crispa: no hay espejo.
Sentarse como un tahúr sin heno en la bota.
Sentarse a comer nostalgia, sentirse viejo.
Sentirse una mina inútil, que no explota.
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