Este hueco que bulle en el medio del estómago,
esta herida que supura y que no cierra,
esta espina que se encarna y que se entierra
en el pulgar de la desesperacion. Este trago
evaporándose, pálido, en mi mano. El mago
de tus ojos acosándome, la misma tierra
que hendió tu planta hoy me fija y enumera
los fallos de esta mano. Sé que otra cosa no hago:
pensar en los andamios que juntos recorrimos,
repasar en el insomnio tu voz y el inventario
en que figura mi silueta, no mi nombre. Fuimos
otros y más salvos, pero esa hora es del osario:
también la dicha. Nos queda acaso el gris calvario,
la marca de este fuego en el que una tarde ardimos.
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