Recojo mi colección de pequeños, intrépidos fantasmas para guardarlos en una caja. La casa es tan grande como en la infancia, y como entonces, está poblada de abstracciones y medias tintas, cosa triste. Como trabajo ingrato, se hace a solas, como un verdugo, o un almacenista.
Casi al arribar la tarde enciendo un montón de basura en el mero centro del patio trasero. Subo a la segunda planta, a lo lejos suenan los estéreos, las campanas y una parvada de garzas se posa sobre la laguna en busca de comida; los libros que compré o extraje de bibliotecas públicas están regados en el suelo. Un mapa inconcluso, unas caderas majestuosas y unos holluelos me persiguen.
Cuando llega la noche he instalado mi reino en la azotea, juego con los cuervos niños: les dejo que se lleven mis ojos, que vean el mundo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario