Se está vivo, atento a los estremecimientos del suelo,
olfateando las faldas de la oscuridad, huérfano y ladrón.
Entonces llueve, y se reestructura el barro:
ningún hombre brota de su frescura, salvo las lombrices,
ocultas o muertas apenas surge como un bisturí la luz.
Se está vivo y con la mirada abierta
como una herida con sangre que no coagula,
tratando afanosa de capturar las moscas
que la infecten con su blanca semilla,
que la inviten a la inconcebida fiesta de la putrefacción.
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