Para no desgarrarse la serenidad, el frío,
es necesario
mientras se huye
aunque incipiente, declarar el odio
como una bestia alimentarse con la propia carne
masticar a diario los nombres que nos rompieron el otoño
los cristales que nos reventaron el sosiego,
la luz que inofensiva brotó al doblar el sueño en sus esquinas
luego será vital devorar la distancia
hallarse una madriguera, hibernar
al despertar hincharse el anecdotario y los pulmones
soplar luego, soplar soplar hasta derribar los muros
donde se esconde la tristeza, y arrojarle el zarpazo, certero
otra vez para siempre
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