Te recuerdo, Moira, como un aroma de cuchillas resbalando por la lengua de mis dedos. Tu cuerpo era la casa de patios amplios en que se detenían a pastar las fieras de mi entraña todas las tardes. Abrevadero tu lengua les lavaba el miedo.
Entro en tus memorias, Moira, y entro en una cueva de ladrones, al hogar que incendié en mi infancia. Todo allí me es conocido: el caballo que corre desbocado hacia el mar, las caracolas resonantes de tus paredes, el musgo trepidante de las rocas, el sol que se va colando entre las rendijas, la madera que duerme plácida bajo tus pies, sin saber que ha muerto.
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