25.1.09
ergo
Madre: soy un hombre sin excusas para odiarte,
anquilosado en tus pupilas, rémora, sanguijuela, fiera;
rompí las fotografías en que aparecemos juntos, me hice de rencores y bajo la mandíbula hice polvo la pulpa de tus besos.
Cúlpame, madre, de esta inacción, de este verbo destemplado, de este morir a plazos.
Esto es lo que somos: anfibios a la espera de una nueva era glaciar, corazones de terracota.
Leo tu nombre en las aceras y en los bares, madre, pero poco recuerdo de tus resonancias, de tus tibiezas, de tí.
Alguien, se sabe de memoria nuestros nombres, nos recuerda, pero también sus recuerdos son inventos de la paranoia.
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