5.11.06

La vuelta

Vivíamos en un departamento estrecho, mi madre a sus veinticinco y yo con algunos meses de lloriqueos. Jugaba con una niña mayor algunas tardes. Su madre fue profesora de mi hermana años más tarde, en la prepa, y yo me embriagué con el mayor de sus hijos, también más tarde. Mucho más tarde. La niña siempre me buscaba para jugar y supongo que a mi me agradaba.

Una tarde ella tropezó, rodó por las escaleras y se abrió el cráneo. Ahí se terminaron nuestros juegos.

Luego nos cambiamos de casa y veía un hombre con sombrero asomando el rostro por los ventanales en las noches. Sobre todo cuando llovía o había ventoleras fuertes. Algunas veces sonreía y otras lloraba con desesperación. Una vez mi padre me dijo que en esos días le dí un codazo demasiado fuerte para mi edad. La única vez que lo golpeé, y sólo tenía un año.

Otra vez nos cambiamos de casa. La definitiva, y aún no viviamos en ella -Álvarez sin número-, eramos nómadas entre la casa de mis abuelos y la nuestra. En mi vieja habitación el hombre con sombrero seguía apareciendo, esporádicamente. Ya casi nunca.

No supimos cómo llegaron los gritos, los insultos, las amenazas, los tratos susurrados, los condicionamientos, la depresión, el aislamiento, el escándalo, el jodido escándalo que provocó mi padre y atizaron sus cuñados, el que me hayan ocultado tanto y el que me haya dejado inocular su veneno sin respingos.

Un día mi hermana me despertó asustada. Mi madre estaba saliendo con alguien más y a Anna le asustaba todo ese misterio. Mi padre llevaba dos o tres años amenazando con marcharse, hasta que por fin se marchó. Un tiempo, discusiones, gritos, más insultos, choques entre su pareja y yo, y borracheras después, mi madre se fue a vivir con su noviecito (un patán de lo peor, madrina -según el pela- de la judicial, borracho y prepotente). Luego Anna se decidió por el teatro y se fue a Taxco a terminar su prepa.

Así, un día desperté a solas. La planta alta cerrada por completo a mis desvelos, la planta baja húmeda, resquebrajada, con mi humanidad de trapo preguntándose qué hacer con tanto tiempo a solas. Ni el hombre desconocido con su sombrero me visitaba ya, sólo el miedo algunas noches, el vacío otras tantas, la indiferencia, cuando podía.

Tomé algunas cosas y me salí de casa. Quise romper con todo. Pero volví. Volví. Ahí sigo.

No hay comentarios.: